Impresentable impuestazo

EXPANSION
Publicado el 29-09-2009 , por Alejandro Macarrón Larumbe

Me gusta pagar impuestos, porque con ellos compro civilización”, decía el jurista norteamericano Oliver W. Holmes. Lo malo es que con el impuestazo de moda, y otros tantos en marcha de forma explícita o implícita en autonomías y municipios, con el hiperendeudado Ayuntamiento de Madrid en cabeza de estos últimos, los contribuyentes españoles no estamos comprando civilización.

No, sólo pagamos el coste de los votos comprados con gastos públicos superfluos y medidas que en plena crisis rayan la inmoralidad, como elevar sustancialmente el gasto en funcionarios (en vez de congelar plantillas y salarios públicos, lo cual todavía habría supuesto para los empleados públicos un escenario mejor que el vivido por el promedio de los asalariados españoles en la crisis), o el inefable plan E, financiador de obras tan esenciales para mejorar nuestra competitividad como cambiar de sitio la estatua de Colón en Madrid.

Por eso es especialmente impresentable este impuestazo. Aunque sea perentorio reducir el astronómico agujero presupuestario del conjunto de las administraciones públicas, simplemente, de no haberse incrementado el gasto en funcionarios en plena crisis y no haberse puesto en marcha el plan-E, por citar dos ejemplos especialmente sangrantes, nos lo podríamos haber ahorrado.

Por cierto, los paganinis de un impuestazo basado en quitar los famosos 400 euros de deducción fiscal y en subidas de IVA serán sobre todo los nativos y visitantes corrientes y molientes –incluidos los parados, jubilados, inmigrantes y turistas–, por más demagogia contra “los poderosos” que hagan algunos españoles muy poderosos.

La España actual, lastrada desde hace tiempo por múltiples lujos de nuevo rico cuya insostenibilidad está poniendo de manifiesto esta crisis (por citar sólo tres de ellos, una Administración Pública hipertrofiada y carísima, centrifugada y en manos de gestores políticos sin responsabilidad personal aunque malgasten dinero público; un modelo laboral inadecuado, que fomenta el desempleo; o un sistema energético lastrado por demagogias y prejuicios pseudocientíficos, en beneficio de quienes este año recibirán unos 4.000 millones de euros en primas de todos los españoles por producir carísimas e inseguras energías dizque “verdes”), se acerca, con esta subida de impuestos, un poco más al límite de sus posibilidades. No está claro dónde está ese límite, por la alta productividad de la parte sana de nuestra economía, pero sí que las cuerdas de las que se tira demasiado se acaban rompiendo.

Parásitos
Es ley biológica y de sentido común que cuanto más robusto y sano sea un ser vivo, más parásitos pueda albergar, pues tienen más para nutrirse. Algo similar pasa en muchas empresas con negocios de gran rentabilidad intrínseca, que se inflan de “vacas sagradas” tan bien remuneradas como improductivas, y de ineficiencias operativas. Y también en las sociedades de los países muy prósperos. Pero si los parásitos se pasan de rosca en su acción depredadora, acabarán debilitando tanto a su involuntario anfitrión que, o bien éste reacciona y los expurga, o lo pasarán muy mal todos juntos, parásitos y parasitado, por debilitamiento extremo del otrora robusto anfitrión, que podría incluso perecer, y con él sus aprovechados huéspedes.

En definitiva, España tiene un sector público hipertrofiado que, por no ahorrar cuando y cuanto debe, se ve abocado a subir los impuestos, con el consiguiente lastre para la economía productiva y la equidad fiscal en España, puesto que unos pagan de más para que otros lo disfruten (y no hablamos de necesidades básicas de todos los españoles, sino de incrementos de sueldos públicos o de negocios privados pagados con dinero del contribuyente para cuestiones de mínima utilidad pública que, en plena crisis, son menos de recibo que nunca).

Enfrente tenemos un sector privado globalmente sano más allá del bajón actual, con empresas de talla mundial como nunca antes habíamos tenido, y multitud de pymes bien gestionadas, que conforman entre todas un tejido empresarial con capacidad sobrada para salir de la crisis y prosperar, siempre que no las ahoguen a impuestos y regulaciones antieconómicas.

Pero si a la España productiva la sigue sangrando esa otra España que lo es mucho menos, y si como país seguimos sin hacer los deberes en cuestiones básicas para nuestro presente y futuro (Estado sobredimensionado y mal estructurado, regulación peor que mala del mercado laboral, sistema educativo “esfuerzofóbico” y “meritofóbico”, inseguridad jurídica rampante, modelo energético muy deficiente, bajísima natalidad, etc.), nos acercaremos peligrosamente a una situación límite, si es que no la estamos bordeando ya. En nuestras manos está alejarnos de ella, cuando aún nos queda algo de tiempo.

Impresentable impuestazo

EXPANSION
Publicado el 29-09-2009 , por Alejandro Macarrón Larumbe

Me gusta pagar impuestos, porque con ellos compro civilización”, decía el jurista norteamericano Oliver W. Holmes. Lo malo es que con el impuestazo de moda, y otros tantos en marcha de forma explícita o implícita en autonomías y municipios, con el hiperendeudado Ayuntamiento de Madrid en cabeza de estos últimos, los contribuyentes españoles no estamos comprando civilización.

No, sólo pagamos el coste de los votos comprados con gastos públicos superfluos y medidas que en plena crisis rayan la inmoralidad, como elevar sustancialmente el gasto en funcionarios (en vez de congelar plantillas y salarios públicos, lo cual todavía habría supuesto para los empleados públicos un escenario mejor que el vivido por el promedio de los asalariados españoles en la crisis), o el inefable plan E, financiador de obras tan esenciales para mejorar nuestra competitividad como cambiar de sitio la estatua de Colón en Madrid.

Por eso es especialmente impresentable este impuestazo. Aunque sea perentorio reducir el astronómico agujero presupuestario del conjunto de las administraciones públicas, simplemente, de no haberse incrementado el gasto en funcionarios en plena crisis y no haberse puesto en marcha el plan-E, por citar dos ejemplos especialmente sangrantes, nos lo podríamos haber ahorrado.

Por cierto, los paganinis de un impuestazo basado en quitar los famosos 400 euros de deducción fiscal y en subidas de IVA serán sobre todo los nativos y visitantes corrientes y molientes –incluidos los parados, jubilados, inmigrantes y turistas–, por más demagogia contra “los poderosos” que hagan algunos españoles muy poderosos.

La España actual, lastrada desde hace tiempo por múltiples lujos de nuevo rico cuya insostenibilidad está poniendo de manifiesto esta crisis (por citar sólo tres de ellos, una Administración Pública hipertrofiada y carísima, centrifugada y en manos de gestores políticos sin responsabilidad personal aunque malgasten dinero público; un modelo laboral inadecuado, que fomenta el desempleo; o un sistema energético lastrado por demagogias y prejuicios pseudocientíficos, en beneficio de quienes este año recibirán unos 4.000 millones de euros en primas de todos los españoles por producir carísimas e inseguras energías dizque “verdes”), se acerca, con esta subida de impuestos, un poco más al límite de sus posibilidades. No está claro dónde está ese límite, por la alta productividad de la parte sana de nuestra economía, pero sí que las cuerdas de las que se tira demasiado se acaban rompiendo.

Parásitos
Es ley biológica y de sentido común que cuanto más robusto y sano sea un ser vivo, más parásitos pueda albergar, pues tienen más para nutrirse. Algo similar pasa en muchas empresas con negocios de gran rentabilidad intrínseca, que se inflan de “vacas sagradas” tan bien remuneradas como improductivas, y de ineficiencias operativas. Y también en las sociedades de los países muy prósperos. Pero si los parásitos se pasan de rosca en su acción depredadora, acabarán debilitando tanto a su involuntario anfitrión que, o bien éste reacciona y los expurga, o lo pasarán muy mal todos juntos, parásitos y parasitado, por debilitamiento extremo del otrora robusto anfitrión, que podría incluso perecer, y con él sus aprovechados huéspedes.

En definitiva, España tiene un sector público hipertrofiado que, por no ahorrar cuando y cuanto debe, se ve abocado a subir los impuestos, con el consiguiente lastre para la economía productiva y la equidad fiscal en España, puesto que unos pagan de más para que otros lo disfruten (y no hablamos de necesidades básicas de todos los españoles, sino de incrementos de sueldos públicos o de negocios privados pagados con dinero del contribuyente para cuestiones de mínima utilidad pública que, en plena crisis, son menos de recibo que nunca).

Enfrente tenemos un sector privado globalmente sano más allá del bajón actual, con empresas de talla mundial como nunca antes habíamos tenido, y multitud de pymes bien gestionadas, que conforman entre todas un tejido empresarial con capacidad sobrada para salir de la crisis y prosperar, siempre que no las ahoguen a impuestos y regulaciones antieconómicas.

Pero si a la España productiva la sigue sangrando esa otra España que lo es mucho menos, y si como país seguimos sin hacer los deberes en cuestiones básicas para nuestro presente y futuro (Estado sobredimensionado y mal estructurado, regulación peor que mala del mercado laboral, sistema educativo “esfuerzofóbico” y “meritofóbico”, inseguridad jurídica rampante, modelo energético muy deficiente, bajísima natalidad, etc.), nos acercaremos peligrosamente a una situación límite, si es que no la estamos bordeando ya. En nuestras manos está alejarnos de ella, cuando aún nos queda algo de tiempo.